Es una advertencia, no un manual de instrucciones: Una reflexión sobre la dominación, manipulación y consumismo en la actualidad a partir de 1984, Un mundo feliz y Farenheit 451

Es una advertencia, no un manual de instrucciones: Una reflexión sobre la dominación, manipulación y consumismo en la actualidad a partir de 1984, Un mundo feliz y Farenheit 451

It is a warning, not an instruction manual: An exploration on domination, manipulation, and consumerism today based on 1984, Brave New World, and Fahrenheit 451

Sebastián Villamarín Guevara[*]

 

 Recibido: 07/04/2025

Aprobado: 20/08/2025

Resumen

El género distópico se ha constituido como un instrumento de crítica a la realidad social, plasmando desde una construcción ficticia la visión de cada autor sobre el peor escenario posible en consecuencia con las dinámicas sociales de su contexto. Sin embargo, esta representación de la realidad ha llegado a ser vista como algo inverosímil, condicionado exclusivamente a los periodos históricos de su creación. Casi un siglo ha pasado desde que Aldous Huxley escribió Un Mundo Feliz, y aún menos años han transcurrido para el caso de 1984 de George Orwell y Farenheit 451 de Ray Bradbury. En este margen temporal se ha configurado un presente que parece contradecir la apariencia inverosímil de la distopía. Desde los planteamientos expuestos por los tres autores ya mencionados, este ensayo busca analizar algunas dinámicas socioculturales de la actualidad que coinciden con los planteamientos de las distopías, utilizando de apoyo las ideas de autores como Herbert Marcuse y Theodor Adorno, entre otros. Además, se hará referencia a múltiples acontecimientos, recientes e históricos, con el fin de demostrar la capacidad del género distópico como herramienta de análisis de la realidad, y exponer los ciclos de consumismo que derivan en la manipulación y dominación del ser humano.

Conceptos clave: Consumismo, dominación, inseguridad, programada, distopía, insatisfacción.

Abstract

The dystopian genre has been established as an instrument of critique of social reality, portraying through a fictional construction each author’s vision of the worst possible scenario in accordance with the social dynamics of their context. However, this representation of reality has come to be regarded as something implausible, conditioned exclusively by the historical periods of its creation. Almost a century has passed since Aldous Huxley wrote Brave New World, and even fewer years have elapsed in the case of George Orwell’s 1984 and Ray Bradbury’s Fahrenheit 451. Within this time frame, a present has emerged that seems to contradict the supposedly implausible nature of dystopia. Building on the arguments put forth by these three authors, this essay aims to analyze certain current sociocultural dynamics that coincide with the premises of dystopias, drawing on the ideas of authors such as Herbert Marcuse and Theodor Adorno, among others. Furthermore, reference will be made to multiple events, both recent and historical, in order to demonstrate the capacity of the dystopian genre as a tool for analyzing reality, and to reveal the cycles of consumerism that lead to the manipulation and domination of human beings.

Keywords: Consumerism, domination, programmed insecurity, dystopia, dissatisfaction.

Desde su irrupción en la literatura universal en la primera mitad del siglo XX, el género distópico se ha consolidado en el imaginario colectivo como un género de obligatorio conocimiento, incluso en la formación educativa de estudiantes. La Universidad de Purdue define la distopía cómo “Un universo imaginado (usualmente el futuro de nuestro mundo) en el que el peor escenario posible es explorado” (s.f.). Aquello establece una relación entre el autor, que construye la narrativa a partir de la imaginación del universo y un lector que interpreta las palabras que este escribe. El pensamiento de los sujetos en esta ecuación se nutre de su interacción con sus contextos, resultando en la no ficción de la ficción. Así, la distopía aparece como un reflejo de las dinámicas sociales contemporáneas y los seres humanos que somos participes en estas.

El propósito de este ensayo es analizar la forma en que el consumo y el conformismo se entrelazan dentro del esquema social con el fin de instaurar la dominación y la pérdida del pensamiento crítico, utilizando como herramienta de análisis tres obras literarias que se consideran “clásicos” de la distopía: Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell y Farenheit 451 de Ray Bradbury. Las dinámicas socioculturales han cambiado por completo desde la publicación de estas obras escritas, respectivamente, en 1932, 1949 y 1953, por lo cual resulta conveniente referirse primero a los diferentes contextos en los que fueron escritas. De tal forma, se observan las condiciones del contexto en el que cada obra fue escrita, y se analizas tanto las transformaciones como las continuidades en comparación con la actualidad.

El contexto en el que Aldous Huxley escribió Un Mundo Feliz estuvo marcado por dos cuestiones relevantes. En primer lugar, los debates sobre la eugenesia se encontraban en el centro de la esfera político-pública de Europa desde que el término fue acuñado en 1883 por Francis Galton. La eugenesia puede entenderse como una ciencia cuyas prácticas tienen la finalidad de mejorar la raza al primar la unión de aquellas consideradas “superiores” y la erradicación de otras consideradas “inferiores”. Países como España y Portugal rechazaron cualquier iniciativa para aprobar leyes relacionadas con la eugenesia, mientras que otros como Suecia y Noruega legalizaron la esterilización con fines eugenésicos. Sin embargo, el principal país en desarrollar una política eugenésica radical fue Alemania, que promovió prácticas cómo la esterilización forzada, la eutanasia, los campos de concentración y exterminio para eliminar todo aquel que distara de lo que se consideraba la “raza aria” (Chaulin, 2020). La experiencia alemana ejemplifica igualmente el segundo acontecimiento de importancia en la época de Huxley: el ascenso de los totalitarismos. El Partido Nacionalsocialista —más conocido como el partido Nazi— al mando de Adolf Hitler consiguió ascender al poder en 1933 producto del malestar provocado por la derrota en la Primera Guerra Mundial. Caso semejante es el de Italia, país que desde 1923 se encontraba bajo el gobierno de Benito Mussolini que abogaba por un nacionalismo italiano (La Vanguardia, 2020).

George Orwell escribió 1984 en la obertura de la Guerra Fría, periodo histórico caracterizado por la constante tensión existente entre Estados Unidos y la Unión Soviética, marcado por la inexistencia de un conflicto armado directo entre estas dos superpotencias. El concepto fue acoplado originalmente en la Francia de 1930 —guerre froide— para describir la tensión existente en ese entonces entre los países europeos, y posteriormente sería adaptado por varios intelectuales, entre los que Orwell destaca (Blakemore, 2022). Orwell (1945) lo define como un estado perpetuo en el cual la existencia de la bomba atómica disminuye las posibilidades de una guerra abierta entre potencias ante el temor de un apocalipsis nuclear. La experiencia de Orwell también se encuentra marcada por el totalitarismo, siendo su caso específico el de la Unión Soviética dirigida por Iosif Stalin. El gobierno de Stalin se caracterizó por la constante persecución a toda persona que se considerase como una amenaza para el régimen, caso que Orwell vivió personalmente al verse perseguido junto a otros militantes republicanos durante la Guerra Civil Española tras ser acusados por las tropas estalinistas de colaborar con el trotskismo y el franquismo (BBC, 2020). En muchos casos, estas persecuciones van de la mano con la censura y la reescritura de la historia al omitir el papel de sujetos opositores a Stalin, como sucedió con Nikolai Antipov, Sergei Kirov y Nikolai Shvernik al ser eliminados uno por uno de una fotografía en la que aparecían junto a Stalin (Prada Rodríguez, 2022) o la completa omisión a la figura de Lev Trotsky durante la conmemoración del XXV aniversario de la creación del Ejército Rojo. El totalitarismo soviético no es el único del cual Orwell nutre su obra, sin embargo, este resalta entre los demás, teniendo en cuenta la experiencia del autor en España y las dificultades que tuvo al momento de publicar su otra gran obra Rebelión en la granja por la crítica que hacía en esta a la Rusia Soviética (Orwell, 1972).

De manera similar, Ray Bradbury estuvo envuelto en las dinámicas de la Guerra Fría al escribir Farenheit 451, libro cuya publicación se dio en el auge de las persecuciones dirigidas por el senador estadounidense Joseph McCarthy. McCarthy utilizó la paranoia provocada por una presunta infiltración comunista en los Estados Unidos para ascender políticamente y establecer un entramado en el que cualquier sujeto acusado de criticar al gobierno o de pertenecer al Partido Comunista era perseguido y condenado. Esto se vio acompañado por un amplio uso de los medios de comunicación para difundir información en masa sobre los “infiltrados” y justificar sus acciones de persecución (Alonso, 2024). La quema de libros que caracteriza el texto de Bradbury está inspirada en esta censura y en episodios como la quema realizada por los nazis en 1933 de todo libro que consideraban ajeno a los ideales morales del régimen alemán (Flores, 2022).

Resulta conveniente referirse a Herbert Marcuse (1993), quien señala cómo las sociedades modernas tienen una noción de libertad sustentada en la masificación del acceso a los diferentes mecanismos de consumo, esto acompañado por la sensación de satisfacción de las necesidades e igualdad que se vende en los discursos actuales; no obstante, tales ideas se limitan a ser simples ilusiones que tienen como objetivo la aceptación pasiva del statu quo bajo la excusa de ser la mejor realidad posible, la única imaginable. El mismo statu quo se sustenta en necesidades creadas por el sistema para que los sujetos se vean obligados a buscar la mayor satisfacción posible mediante procesos igualmente ofrecidos por el mismo sistema. Así, el sistema ofrece tanto la enfermedad como la cura. Esto desvía la atención de las verdaderas necesidades (Marcuse, 1993), opacadas por falsas necesidades, creadas por el sistema para mantener un estado de constante insatisfacción que aparenta la búsqueda de la satisfacción. De esta forma, los sujetos pierden su capacidad crítica y deseo auténtico de libertad (Bauman, 2000) al considerarse libres dentro de un estado de “pseudo-individualidad” que los mantiene en un ciclo de consumo en el que creen poseer la capacidad propia, “única e inigualable” para elegir más allá del consumo (Horkheimer & Adorno, 1998).

Un concepto importante del párrafo anterior para resaltar es el del sistema. Para fines de este ensayo, se define desde la teoría de los campos construida por Pierre Bourdieu, quien define un campo como un espacio construido que determina las prácticas de los sujetos. En este caso, el sistema es una estructura compuesta por distintos campos que actúan en favor de su propia persistencia y dominio. Cada campo se construye a partir de los distintos capitales —económico, cultural, social y simbólico— manteniendo una interrelación entre todos. Aquello se manifiesta en el habitus de las personas —disposiciones inconscientes que orientan las percepciones, acciones y pensamientos de los individuos— que se forma por la internalización de las estructuras sociales y la aceptación de estas por medio de la socialización (Chihu Amparán, 2016).

En Un Mundo Feliz se presenta un consumo exacerbado, en la medida en que el sistema crea en los sujetos una sucesión de necesidades que han de satisfacer de manera constante pero efímera. Este consumo se resume en frases como “vale más desechar que tener que remendar” (Huxley, 2022, p. 26) o en el mismo ámbito sexual al idearse como una cuestión inapropiada el tener una misma pareja por más de un leve número de ocasiones o un corto periodo de tiempo, de igual forma que condena la ausencia de deseo sexual alguno (Huxley, 2022). Tal exacerbación del consumo se observa actualmente en el modelo del Fast Fashion. El Fast Fashion consiste en la producción y compra de distintas colecciones de ropa que están “de moda” durante un periodo efímero de tiempo y después dan paso a otra colección de ropa. Este modelo es impulsado por las marcas para que las personas compren prendas en grandes cantidades para así acoplarse a los estándares sociales de la moda, con el riesgo de sufrir la presión social por no portar las modas más nuevas (Pastrana Granados y Almanza Chávez, 2021). El modelo de Fast Fashion no se encuentra limitado a la esfera de la moda, sino que también se presenta en otros campos como el contenido audiovisual que se consume en YouTube y plataformas de streaming, o los “Trends” que se dan de vez en cuando en las redes sociales.

Aun así, el ejemplo más importante que esta obra ofrece es el Soma, aquella droga suministrada por el Estado Mundial para ser consumida ante la mínima ausencia de felicidad, capaz de mantener al sujeto en un estado de éxtasis funcional a los intereses del Sistema que reprima cualquier atisbo de inconformidad (Huxley, 2022). No existe actualmente alguna droga o psicoactivo que agrupe en sí todos los efectos de satisfacción, felicidad y trance del Soma, sin embargo, se podría adjudicar al mismo sistema de consumo todas esas cualidades, ya que insta a los sujetos a evitar cualquier ruptura con el statu quo, para así satisfacer cualquier necesidad y sostener una condición de conformidad en efímeras dosis. Esto dota de legitimidad a los mecanismos invisibles de dominación (Marcuse, 2024). No es gratuito que Huxley (2022) especifique que “la religión, según Marx, es el opio del pueblo. En el Mundo Feliz… el Soma era la religión del pueblo” (p. 198).

No hay droga alguna en nuestros días que consiga cumplir con todas las características del Soma. Se puede decir que no existe el Soma ¿o sí? Quizás no es una droga per se, sino la unión de todas las drogas ¿o algo más? ¿Se puede pensar el mismo sistema de consumo como ese Soma capaz de alterar la realidad, eliminar cualquier inconformidad, y dictaminar el ritmo de la existencia de las personas sin tener la necesidad de eliminar cualquier agente ajeno a sus dictámenes?

Estas dinámicas no son tan evidentes en el esquema social de Farenheit 451, no obstante, también se encuentran presentes. En la obra de Bradbury (2010), el consumo se representa principalmente en el entretenimiento proporcionado por grandes pantallas interactivas y los programas que proyectan, otorgando información superficial a cantidades amplificadas que desvía a las personas de cualquier pensamiento crítico y reflexivo (Horkheimer & Adorno, 1998). Esto se complementa con la quema de libros bajo el pretexto de mantener la felicidad y eliminar la inconformidad que la lectura puede producir (Bradbury, 2010). Lo mencionado configura un aparato institucional que tiene los mismos fines conseguidos en la obra de Huxley (2022) por medio del Soma.

A diferencia de las otras obras, en 1984 la relación entre dominación y consumo se gesta en la escasez impuesta sobre los recursos en una sociedad caracterizada por la presencia absoluta de “pantallas” que cumplen la función de cámaras para garantizar la obediencia de la población a los planteamientos del Partido gobernante de Oceanía y su líder, el “Gran Hermano”. Al contrario de la abundancia, la “libertad” y la masificación de Un Mundo Feliz y Farenheit 451, la obra de Orwell (2015) construye un panorama marcado por las condiciones de acceso y posibilidad preestablecidas por el Partido, resultando así en la insatisfacción de las necesidades. Zygmunt Bauman (2000) define esto con el concepto de inseguridad programada, en el cual las estructuras de poder únicamente consiguen consolidar su autoridad al someter a la población a un estado de vulnerabilidad que se consigue al dificultar la obtención de recursos básicos, y se refuerza mediante la extrema vigilancia. Esto lleva a que el statu quo de insatisfacción sea aceptado forzosamente ante el perpetuo miedo al castigo. (Orwell, 2015). Además, la narrativa de escasez se justifica como una consecuencia del conflicto bélico entre Oceanía y sus vecinos de Eurasia y Asia Oriental. Ante el discurso público, estas dos naciones actúan bajo el papel del enemigo en diferentes momentos, ya que el Partido señala en su discurso a Eurasia como enemigo de guerra durante cuatro años, para después señalar que la guerra siempre ha sido contra Asia Oriental; lo cual permite debilitar a la población y mantener un estado constante de emergencia. Los bombardeos constantes en Londres, presentados como ataques del enemigo de turno de Oceanía son causados por el mismo Partido con el fin de infundir el pánico en sus propios habitantes (Orwell, 2015).

Estos mismos intereses han impulsado a la manipulación del pasado, ya que el pasado determina cómo se consolidan e interrelacionan las dinámicas del presente. Orwell (2015) no se limita en presentar esto a través de las relaciones aliado-enemigo de las tres potencias, sino que también lo encarna en el Ministerio de la Verdad, encargado de arreglar y eliminar todo documento y prueba en contra del relato que el Partido quiere construir. Ejemplo de esto es el momento en que Winston recuerda haber eliminado la foto de los tres mandatarios británicos, o cuando está obligado a trabajar horas extra en un proceso de eliminación absoluta de cualquier rastro de un miembro de alto rango del Partido, cuya existencia ya no era del agrado de este (Orwell, 2015). En la obra de Huxley (2022), esto se observa de forma menos explícita, mas no menos importante. Huxley (2022) relata cómo el Estado Mundial construye su discurso “canónico” en las figuras de Sigmund Freud y Henry Ford al decir que Freud era un seudónimo utilizado por Ford para hablar de psicología. De tal forma, el Estado Mundial implementa las enseñanzas de Freud en un Sistema que estaba pensado y construido en términos religiosos-morales sobre la figura de Ford.

En la obra de Bradbury (2010), ante una solicitud de Montag, su superior le entrega una guía sobre los bomberos que tiene como primera frase “establecidos en 1790 para quemar los libros de influencia inglesa de las colonias. Primer bombero: Benjamin Franklin” (p. 44), legitimando una función constitutiva del Sistema en el devenir histórico. Esta legitimación avala la manipulación de la historia de acuerdo con los intereses del sistema. En la obra de Bradbury (2010) este fragmento se utiliza para justificar la quema de libros como algo natural de la profesión.

Nuestra historia presenta, en el pasado y en el presente, un sinfín de casos que señalan cómo esta manipulación se ha dado en función de los intereses de ciertos grupos o regímenes. La eliminación de disidentes políticos de las fotografías en la Unión Soviética muestra cómo aquellos que son problemáticos para el régimen terminan siendo “prohibidos de la memoria” a través de procedimientos sistemáticos (Prada Rodríguez, 2022). Esta “reescritura de la historia” también aparece en el caso alemán, implementada con el fin de redefinir el papel de la Wehrmacht en la Segunda Guerra Mundial al presentar a los miembros de dicha rama militar como víctimas del régimen del Tercer Reich (Pieper, 2020), narrativa usada para minimizar las acciones de los nazis e intentar escapar al juicio por los crímenes de guerra cometidos (De Toro, 2020). Así mismo, la política de olvido planteada por el gobierno turco contra las acciones perpetradas a la población armenia en el llamado Genocidio Armenio de 1915 y 1916 (Sadurní, 2014) y la Ley de Caducidad en Uruguay, que evitaba juzgar los crímenes cometidos en la dictadura transcurrida entre 1973 y 1985 (Roniger, 2012), ejemplifican el uso del olvido como mecanismo para mantener un orden afín al grupo dominante.

Inclusive en años recientes se mantienen estas dinámicas, en una constante resignificación del pasado acorde a ciertos intereses. El caso de los llamados “falsos positivos” en Colombia demuestra cómo, a pesar de la resistencia y la evidencia, existen sectores dominantes que buscan, de forma sistémica, deslegitimar y no reconocer un hecho que fue causado por sus propios objetivos, y derivó en miles de muertes (Vargas, 2013). También está el caso del exfutbolista turco Hakan Sukur, quien se vio obligado a exiliarse en Estados Unidos tras pronunciarse en oposición al régimen de Erdogan, queriendo este último resignificar su imagen como un terrorista para así justificar su persecución (Chisleanschi, 2014), y así mismo, establecer un olvido generalizado en torno a aquel. De hecho, un periodista turco fue despedido en el mundial de Qatar 2022 tras mencionar a Sukur y su particular récord en esta competencia (Redacción Semana, 2022). Por último, pero no menos importante, está la iniciativa de Donald Trump para reescribir la historia de los Estados Unidos bajo la justificación de “Restaurar la verdad y la cordura” (Noain, 2025) mediante la exaltación de los generales de la Confederación —bando en la guerra civil estadounidense que luchó en favor de la esclavitud— y eliminar cualquier mención a los reconocimientos obtenidos por las luchas de grupos subalternos en materia de raza, género o diversidad (Noain, 2025).

Estos procesos de dominación no tendrían propósito alguno si no se contara con uno de sus principales soportes, el consumo. El consumo busca llevar a los sujetos al conformismo que garantiza la estabilidad del sistema, y así, evitar cualquier cuestionamiento a las dinámicas establecidas por las estructuras de poder (Horkheimer & Adorno, 1998). Al satisfacer esas necesidades artificiales infundadas por el Sistema en las personas, este consigue mantener tal estado de satisfacción que, a su vez, moldea el pensamiento de las personas de manera que no haya lugar a la crítica, y constituye el pensamiento unidimensional. Dicho estado tiene como fin incapacitar a las personas de imaginar alguna alternativa al sistema dominante, legitimando el panorama presente como el único existente y posible (Marcuse, 1993).

La obra de Orwell (2015) presenta esto por medio de la neolengua, el idioma oficial de Oceanía que ha sido ideado por el Partido con el fin de reemplazar cualquier otro idioma en un largo plazo. La neolengua se caracteriza por eliminar y unificar palabras, en comparación con el inglés, dando pie a un proceso de limitación del lenguaje que consiga extirpar cualquier concepto o noción ajena a los intereses del Partido (Orwell, 2015). Al no existir alguna palabra tampoco va a poder existir la idea que esta pueda gestar, en igual sentido, al moldear el lenguaje se moldea el pensamiento a unos parámetros específicos (Adorno & Horkheimer, 1998). Esto se ve ejemplificado en la propuesta planteada por un sector del conservadurismo estadounidense para eliminar de toda ley y regulación conceptos como orientación sexual, diversidad, inclusión e igualdad de género (Wendling, 2024).

Palabras como Ministerio de la Verdad o Ministerio del Amor pasan a ser miniver y minimor, siendo de los cambios menos “notorios”, mientras que otras como “malo y “excelente” se transforman en nobueno y plusbueno al considerarse que un único concepto sirve para suplir varios, lo cual minimiza el lenguaje e impide la comunicación en todo su sentido (Orwell, 2015).

Sin existir algún atisbo de neolengua en la actualidad, entendida rígidamente bajo los parámetros dados por Orwell (2015), la comunicación instantánea que proveen las redes sociales ha reconfigurado el lenguaje que implementamos al momento de escribir. Desde acortar palabras a letras, que a su vez transforman oraciones en sucesiones de letras, o emojis y reacciones que suplen el uso de la prosa para transmitir sentimientos, nos han condicionado a un lenguaje que se adapta a cada idioma. Orwell (1946) realiza una crítica al lenguaje poco claro, definiendo este como un mal hábito que fomenta la confusión e impide un pensamiento crítico. Esta crítica se orienta principalmente al lenguaje utilizado en la prosa política, que está envuelto por el uso de palabras y frases ambiguas, términos científicos utilizados por simple pretensión de conocimiento y neutralidad, al igual que la exageración del uso de palabras extranjeras.

Así mismo, la neolengua de Orwell (2015) se constituye a partir de la contradicción, en concreto, de la capacidad de establecer dos ideas contradictorias entre sí en un mismo concepto, dando paso a que el sujeto que lo usa mantenga su conexión con la realidad mientras esta última es “alterada” según intereses del Partido; en un proceso que es definido dentro del idioma como doblepensar (Orwell, 2015). El mejor ejemplo del doblepensar y sus planteamientos de contradicción está presente en la misiva principal del Partido “La guerra es la paz” (Orwell, 2015, p. 89).

En Farenheit 451¸Bradbury (2010) presenta esta idea con la masificación de los medios de entretenimiento, concretamente con las pantallas interactivas, que establecen un flujo constante de información superficial que neutraliza el pensamiento crítico en los sujetos (Bauman, 2000). No obstante, el principal mecanismo de instauración de este sistema está presente en la quema institucional de libros, método de exterminio de la duda provocada al leer, con el pretexto de mantener la paz y la libertad (Marcuse, 2024).

Es importante resaltar que en nuestro contexto las quemas de libros no son un acto institucional, sin embargo, aún se presenta un objeto en común: las pantallas. Ya no son las grandes pantallas las que concentran el flujo de información, sino que, ahora, este se concentra en las pantallas pequeñas, portátiles y presentes en cada momento. Estas pantallas portátiles permiten mantener el flujo de información, ya no solo constante, sino también inmediato, asequible en formatos de corta duración que no superan los quince o treinta segundos.

El pensamiento unidimensional propuesto por Marcuse (1993) se puede encontrar en la obra de Huxley (2022) cómo un ideal inculcado en las personas durante el condicionamiento genético y psicológico al cual se les somete en los momentos previos a convertirse en seres productivos. De igual forma, el pensamiento unidimensional lleva a que las personas acepten de forma pasiva el Sistema, cuestión ejemplificada en prácticas como el consumo “voluntario” de Soma o la asignación en el esquema de castas. Esta aceptación pasiva se ve construida en prácticas como las sesiones de electroshock que buscan relacionar con dolor elementos no funcionales al Sistema como los libros o la naturaleza. Sin embargo, es la hipnopedia —el proceso de aprendizaje por medio de mensajes y frases repetidos constantemente a los sujetos en un estado de sueño— el principal mecanismo que infunde la aceptación pasiva del Sistema. La hipnopedia no solo es utilizada para subyugar a los sujetos para que acepten su propia posición en el esquema social de castas, sino que también implanta en aquellos la aceptación del Sistema en sí mismo, incluyendo el papel de cada una de estas y el odio a algunas de ellas. De tal forma, la hipnopedia elimina incluso en el subconsciente cualquier posibilidad de crítica hacia las estructuras (Marcuse, 1993).

De igual forma, el conformismo en el Mundo Feliz lleva a repudiar cualquier persona que se viese inconforme o no cumpliera las cualidades buscadas mediante la hipnopedia. En el texto, este papel es establecido en la figura de Bernard Marx, sujeto definido como anormal al no compartir el modo de pensar de los otros miembros de la sociedad planteada por Huxley (2022), juicio complementado por sus cualidades físicas, muy diferentes a las que promueven la hipnopedia sobre los miembros de su propia casta; en un juicio que se ve complementado por su propia actitud, marcada por un complejo de inferioridad al interactuar tanto con castas “superiores” como “inferiores”. Marx también resalta por el repudio al Soma que demuestra a lo largo de la obra. Esto lleva consigo la imposibilidad de acceder al éxtasis que dicha droga genera, y con ello, “retornar a la felicidad” bajo la corriente del sistema. Todo esto suscita en él una inconformidad manifestada en cómo se relaciona con el mundo que le es tan ajeno (Huxley, 2022).  

Tal inconformidad es el pensamiento crítico que proviene de la duda, encarnada en la obra de Bradbury (2010) por Guy Montag, el protagonista, quien, gracias a su proceso de lectura, comenzó a cuestionar detalles naturalizados como su propio trabajo. Antes de comenzar a leer, Montag disfrutaba participar de prácticas incentivadas por el Sistema. “Era estupendo quemar” (Bradbury, 2010, p. 11). Caso contrario al del bombero es el de su esposa Mildred, cuyo más grande anhelo era obtener más pantallas interactivas, poder disfrutar en mayor proporción del entretenimiento masificado ofrecido. A Mildred le disgustaba que su esposo leyera, tan incapaz era de concebir tal acto que terminó por denunciarle ante los bomberos (Bradbury, 2010).

La inconformidad aparece como una disrupción dentro de las relaciones determinadas por el statu quo. Esto se ha visto en las obras de Huxley (2022) y Bradbury (2010) con Bernard Marx y Guy Montag, respectivamente; y también se puede contemplar en 1984 con Winston Smith, el protagonista de esta obra. Desde el comienzo, Orwell (2015) muestra como Winston cuestionaba si toda la cotidianidad a la que se ve expuesto siempre había sido de tal forma, dictaminada por el Partido. Así mismo, mostraba conductas desfasadas del sistema, como escribir en su diario dando la espalda a la telepantalla encargada de vigilarl o, en un arrebato de impulso, señalar en las hojas de este mismo un odio hacia el Gran Hermano, al cual anhelaba entender.

Las historias de estos sujetos “anormales” en sus respectivos sistemas están entrelazadas por la inconformidad, por no poder encajar en la estructura que se ha buscado analizar a lo largo de este ensayo. Aun así, hay otro aspecto que permite relacionarles entre sí, determinante al momento de entender sus motivaciones y acciones: el trauma. Este factor es de gran importancia al comprender el papel de Winston, Montag y Marx a lo largo de las tres obras.

De la aversión de Bernard Marx al Soma ya se ha hablado previamente en el escrito, sin embargo, el detonante de aquello es la muerte de su madre al sufrir una sobredosis de esta droga en un afán de ahogar la insatisfacción. Dicho trauma contradice una idea que sostiene el mundo ideado por Huxley (2022), y es que el Estado Mundial destaca las cualidades del Soma partiendo de su supuesta incapacidad para causar sobredosis.

Guy Montag comienza a cuestionar la diversión que siente quemando libros, que es su deber dentro del Sistema, al contemplar cómo una mujer decidía morir entre las llamas antes que abandonar sus libros a merced del fuego de los bomberos. Aquello resulta desencadenando un proceso cuyo fin se da cuando Montag roba un libro para resolver sus dudas, que también han sido instigadas previamente por Clarisse, una chica que instiga a Montag a leer y construir un pensamiento crítico (Bradbury, 2010).

En caso contrario, el trauma de Winston no es provocado por sus dudas frente al Sistema establecido por el Partido en Oceanía ni tiene como resultado la inconformidad crítica a este mismo; siendo todo lo contrario. La función del minimor en el último acto de 1984 muestra cómo el trauma es provocado para forzar al sujeto a aceptar el sistema por medio de su destrucción personal y la posterior implantación del pensamiento deseado por el Partido, en este caso del doblepensar. A lo largo de este fragmento, Orwell (2015) señala cómo el mismo personaje que manifestaba su inconformidad al comienzo de la obra va cambiando de forma drástica tras las constantes torturas, perdiendo la curiosidad y la duda, al igual que su capacidad de amar —esto último representado en Julia, quien también sufre de dicho proceso—, hasta llegar a un último momento en que, sin importar lo que transcurre en el exterior, la mente de Winston termina en una comodidad impuesta, representada en el único tipo de amor aceptado por el Partido, al señalar que “todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran Hermano” (Orwell, 2015, p. 335).

En conclusión, la insatisfacción se consolida como un mecanismo para la alienación del sujeto, tanto en su persistencia como en la búsqueda de solventarla por medio de la satisfacción de necesidades artificiales construidas sobre el consumo. El carácter maleable del pasado provoca que esté en constante reconstrucción con el fin de acoplarse a los intereses de los grupos dominantes. Aquello va de la mano con el “embellecimiento” y la “minimización” del lenguaje, lo cual ataca la capacidad de discusión crítica que se puede generar desde este. Todas estas cuestiones contempladas en las obras de los tres autores ya mencionados se han presentado a lo largo de la historia y persisten en la actualidad, siendo posibles de analizar por medio del género distópico.

La literatura distópica funciona como herramienta para el análisis crítico de la realidad histórica y contemporánea, ofreciendo un vistazo a aquellas estructuras de dominación que se presentan en la actualidad. Más que un carácter “profético”, las distopías de Huxley, Orwell, y Bradbury permiten observar las persistencias, transformaciones y adaptaciones de estas estructuras en el marco de tiempo transcurrido entre el contexto en que fueron escritas y nuestros días. No obstante, el ejercicio metodológico realizado en este ensayo no se limita a Un mundo feliz, 1984 y Farenheit 451, sino que puede realizarse con toda la producción literaria y audiovisual que se ha construido desde entonces sobre la distopía, siendo estas obras un reflejo de sus contextos de creación, reinterpretados a partir del contexto de quien las consume. Lo más probable es que no se alcance a llegar al “peor escenario posible” (Purdue College of Liberal Arts, s.f.) en un sentido literal a cómo el género distópico lo ha planteado, sin embargo, este da muestra de escenarios que están presentes en la actualidad e invita a la reflexión para ejercer un pensamiento crítico, y a partir de ello, actuar en favor de la transformación de las dinámicas sociales contemporáneas.

Bibliografía:

 

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[*] Estudiante de pregrado de Historia y pregrado de Ciencia Política en la Pontificia Universidad Javeriana sede Bogotá.