Revista Papel Político Estudiantil
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Fecha de publicación: Jul 28, 2022


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Lina María Zárate Acosta

Rusia: desde los zares hasta la federación para la consolidación de relaciones en espacios geoestratégicos

Russia: from the czars to the federation for the consolidation of relations in geostrategic spaces

Paula Andrea Pulgarin Lara**  /  Liceth Juliana Pedraza Novoa***

Resumen

Durante la última década se ha impulsado la relevancia política y económica de Rusia para el mundo y esto ha generando un creciente interés desde diversos ámbitos que  proponen un nuevo escenario para el país en el sistema internacional. El artículo reúne un contexto general que abarca las tres etapas más importantes de la evolución de Rusia: el régimen de los zares, la consolidación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el actual modelo estatal de imperio de Vladímir Putin. En ese sentido, se abordarán ideas que definen el papel de Rusia como un actor estratégico global y regional, particularmente en Medio Oriente. De manera que el articulo concluye que los intereses estrategicos de Rusia  le permiten la consolidación y formación de una nación a nivel economico y politico que propicia la rivalidad con potencias occidentales.  

Palabras Claves:

Zarismo, Unión Soviética, seguridad nacional, política exterior, Medio Oriente, intereses.

Abstract

Over the last decade, Russia’s political and economic relevance to the world has increased significantly; this, in turn, has generated a growing interest from various fields that suggest a new role for the country in the international system. This article delineates the three most important stages of Russia’s evolution: the tzarist regime, the consolidation of the Union of Soviet Socialist Republics (USSR), and Vladimir Putin’s current empire-state model. Next, the author addresses the factors that define Russia’s role as a global and regional strategic actor, particularly in the Middle East. Finally, the article concludes that Russia's strategic interests allow for the consolidation and formation of a nation at the economic and political level that favors rivalry with Western powers.

Key Words:

Tsarism, Soviet Union, National Security, Foreign Policy, Middle East, Interests

Introducción

La política exterior y de seguridad de Rusia está impulsada por el empeño de recuperar el estatus de gran potencia mediante el control de las “zonas de influencia” en los países vecinos. Esto lo hace a través de un proceso de “reimperialización”, y también mediante una competencia geopolítica con occidente, especialmente con actores como la Unión Europea, Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

El artículo delimita los principales objetivos estrategicos rusos en Medio Oriente debido a que esta región alberga grandes cantidades de recursos energéticos. Además porque esta región cuenta con una posición fundamental en cuanto al transporte de esos recursos y tiene conexión con otros continentes que le permiten a esta región tener control sobre gran parte de diversas zonas de influencia. Entre estas se encuentra, por ejemplo, la base de Tartús ubicada en Siria que corresponde a los intereses rusos. Del mismo modo, se examinan, por una parte, la percepción histórica y el actual modelo estatal del imperio en el pueblo ruso; y por otra, las consecuencias de la disolución de la Unión Soviética en 1991, las cuales transformaron el papel que Rusia quiere desempeñar tanto a nivel regional como global para hacer frente a las amenazas proferidas a su seguridad, a su política y a su economia por parte de potencias occidentales.

Con el colapso del comunismo en Rusia se da la desaparición de dos entidades políticas: la del imperio Ruso, conocido como la Rusia zarista (1853-1917) con los reinados de Alejandro II, Alejandro III y Nicolás II, y, como se mencionó anteriormente, la Unión Soviética (1922-1991). Luego de esto, se da la federación Rusa actual, heredera de ambos legados históricos. De manera que es un Estado posimperial y poscomunista, claro está que sigue siendo un imperio local con pretensiones globales (Maele, 2017, p.33). Esto viene acompañado de un carácter identitario y social que conlleva la transición política e ideológica de la Rusia actual donde el factor religioso influye politica, social y culturalmente. Asimismo, Valery Manilov señala que Rusia se ha convertido en un arma que puede perjudicar el interior de la nación, pero también le ha permitido generar influencia en diferentes zonas del mundo, adquirir una mejor posición en el sistema internacional, y tener poderío militar. Por estas razones Rusia se convierte en una amenaza para la seguridad de los Estados (Manilov, s.f.).

En ese sentido, Rusia se ha convertido en un enigma que avanza con el tiempo debido a sus capacidades y posibilidades futuras: es una nación con un gran potencial económico respecto a sus recursos naturales —como son el gas y el petróleo—, a pesar que por la extensión de su territorio tiene desventajas. Entre las desventajas se encuentran, en primer lugar, que tiene que afrontar el reto de proteger todo el territorio; en segundo lugar, que presenta una debilidad geopolítica ya que, como señala José Antonio Peña-Ramos (2018), es en el Cáucaso Sur donde la estrategia rusa puede verse más amenazada debido tanto a la existencia de estas reservas como a un sistema de ductos del período soviético que parte del mar Caspio orientado hacia Rusia y el mar Negro. Adicionalmente, el interés ruso ‘‘fricciona con la geopolitica actual, debido a que han incentivado e incentivan la realización de elevadas inversionas para construir y mantener los oleoductos que le ayudan a sostener su influencia en Medio Oriente’’ (Hernández, 2004, como se citó en Peña Ramos, 2018). Y, en tercer lugar, se le es más difícil alcanzar el continente africano que las américas, por esta razón el sector industrial se ha vuelto realmente competitivo gracias a las fuertes inversiones y a la reorganización del sector agrícola. La economía de Rusia hace frente a diferentes consecuencias internas; además, sus intereses a lo largo de la historia lo han llevado a ser más diversificado en la actualidad como lo es en Asia, América Latina y el Ártico, y le han permitido ampliar su influencia a nivel mundial, sin embargo, enfrenta un punto de inflexión con la Unión Europea desde la Guerra de Kosovo (1998-1999) y el conflicto ucraniano, debido a que desde el punto de vista ruso, la ampliación e intervención de la OTAN supone una amenaza para la seguridad de la región.

Ahora bien, en este artículo  se realizará un contexto histórico que abarca las tres etapas más importantes de Rusia, de modo que permitirá entender las acciones tomadas respecto a su política exterior y de seguridad. Luego se desarrollará un apartado en el cual Medio Oriente aparece como un factor relevante para Rusia en factores como la geoeconomía y la geopolítica para el país. Por último, se presentarán unas reflexiones finales en las que se abordará un punto de inflexión sobre los conflictos que logra causar Medio Oriente para los intereses de las potencias.

Gobierno de los Zares, Comunismo y la Federación Rusa

Gobierno de los Zares

Rusia ha estado enmarcada a lo largo de la historia por tres períodos relevantes dentro de la historia mundial. El primero de ellos fue la Rusia zarista (1721-1917), sin embargo este apartado se centrará en los periodos de 1853 a 1917 (Zarista, s.f., p.1)[1] con los reinados de Alejandro II, Alejandro III y Nicolás II. En la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del siglo XX Rusia se ubica como uno de los países más atrasados de Europa. Desde el punto de vista económico, la industrialización es muy débil, el 90 % de la población se dedica a la agricultura (Fazio, 2015), y esta se consideró una agricultura ineficaz explotada colectivamente por la comunidad campesina. Además, las condiciones de vida de los campesinos eran muy precarias, y más a principios del siglo XX cuando se produce un importante crecimiento demográfico (Rohr y Pallardó, 2015).

Lo más alarmante de la época es la situación política, ya que los zares, Alejandro II, Alejandro III y Nicolas II, gobernaban de una manera autocrática y no querían oír hablar de constituciones, cualquier intento de oposición era sofocado por la policía o por el ejército zarista. No obstante, otro factor importante fue la derrota frente a Gran Bretaña y Francia en la guerra de Crimea (1854-1856), lo que llevó al zar Alejandro II a reflexionar y a poner en marcha toda una serie de reformas muy limitadas. Por ejemplo, optó por la abolición de la servidumbre, pero en lugar de mejorar las condiciones de vida del campesinado, las agravó, así que el problema fue más difícil por la falta de tierras.

El zar Alejandro II encontró que la guerra de Crimea evidenció las distancias que existían entre Europa y Rusia. Debido al éxito que obtuvieron Gran Bretaña y Francia se ampliaron las brechas entre el imperio y el resto de Europa, ya que la época del zar Alejandro II carecía de industrialización e inferioridad militar frente al resto del continente. En este sentido, Ucrania[2] y Rusia van a enfrentarse hasta la caída de la monarquía en 1917. El Zar Alejandro II reformó el sistema judicial del país en 1864, además, Yegórov (2016) afirma que el zar hizo una reforma a la universidad para intentar acabar con la arbitrariedad y con la indefensión de sus súbditos: se suprimió el adiestramiento militar, se favorecieron las reuniones de estudiantes y aparecieron periódicos y manuscritos escritos por los alumnos. Sin embargo, todas estas reformas eran muy superficiales, el verdadero cambio llegó cuando se permitió que todos los grupos sociales accedieran a esta institución.

Ahora bien, tras el asesinato de su padre (1881) subió al poder Alejandro III con una perspectiva diferente, pues logró entender que los poderes del zar, en general, dependen también de su carácter personal y es por esto que, en su caso, Alejandro III fortaleció aún más el poder real y gobernó de una manera autoritaria hasta su muerte en un atentado. En ese contexto, el Zar intentó liquidar a la oposición a través de una dura represión: hizo persecuciones contra todo tipo de movimientos; recortó la autonomía de varias provincias e impuso una serie de funcionarios que vigilaban estrechamente el funcionamiento de la administración; y llevó a cabo una campaña sistemática para imponer por la fuerza a todas las minorías de la lengua rusa y la religión ortodoxa, todo con el ánimo de diluir las identidades nacionales en territorios del “imperio que no eran de cultura rusa como Polonia, Finlandia, Ucrania, Georgia, Lituania, Siberia y Asia Central teniendo en cuenta la religión musulmana” (Yegórov, 2016, p.8).

En este orden de ideas, el Ministerio de Defensa de España (2015) afirma que

La política exterior del zar Alejandro III siguió la política expansiva de los anteriores zares, lo que le hizo fijar fronteras con Afganistán y obtener beneficios territoriales a costa de China, ampliando el espacio de seguridad e incorporando nuevos territorios al Imperio en Asia Central, partes de la actual república de Turkmenistán y sobre gran parte de lo que hoy en día es Uzbekistán, en las cercanías de Afganistán, en ese acercamiento a Afganistán chocó con los ingleses asentados en la India que intentaban también extender su Imperio y estos incidentes estuvieron a punto de provocar una guerra entre ambas potencias coloniales. (p. 24)

Sobre esto, se debe tener en cuenta la presencia de Rusia, y que su relación con las potencias europeas es partícipe de las alianzas tejidas por Bismarck para aislar a Francia aún a costa de aliarse con Austria-Hungría, su gran rival en los Balcanes. Sin embargo, en los años noventa Rusia rompe con estos y decide aliarse con Francia en 1894 y, así, el camino hacia la primera guerra mundial se abrió.

Por otra parte, la situación de Rusia a principios del siglo XX se caracteriza por la llegada del reinado de Nicolás II “el último zar” quien sucede a su padre Alejandro III en 1894. Desde el principio, el Zar sigue la línea política de su antecesor, su máximo objetivo es mantener la autocracia zarista sin cambio alguno y, a pesar de su carácter débil e influenciable, Nicolás II actuó de una manera enérgica con la oposición. La democracia y el parlamentarismo le parecían una aberración, la forma idónea de gobierno era la autocracia pues él  “tenía el poder porque Dios se lo había dado y este gobierno personal era el único posible en Rusia” (García de las Heras, 2012, p.63).

Igualmente, surgen movimientos minoritarios que solicitan una constitución y un modelo parlamentario de corte europeo. Entre los movimientos más importantes se encontraban los social revolucionarios, el partido Liberal Ruso y el partido Socialdemócrata (primeros acercamientos a un partido de corte marxista). Frente a estos movimientos el zar se niega a ceder su poder. En consecuencia, en la Revolución rusa de 1905 el poder del zar está en riesgo, este año es nefasto para Nicolás II ya que el país pasa por una etapa difícil debido a derrotas militares. Al respecto Fazio (2015) afirma:

Al encarecimiento de precios, malas cosechas y todo esto se traduce en un clima social tremendamente inestable y las revueltas sociales adquieren tintes políticos cuando partidos y grupos organizados piden al zar un régimen más liberal. No había casi ningún rincón de Rusia que no se sintiera sacudido por la agitación. (p.44)

Otro de los factores más relevantes en el periodo del último zar fue la derrota rusa frente a Japón (1904-1905). Fue tan grave esta derrota que se prohibió oficialmente hablar sobre esto a los soldados y a los medios de comunicación. La guerra no solucionó los problemas porque profundizó los que ya existían: rebeldía campesina y ocupación de tierras de latifundistas en muchos sitios, rebeliones obreras pidiendo mejoras sociales, oposición de la intelectualidad y de los estudiantes al gobierno y al sistema, radicalización de los partidos políticos de reciente creación, y levantamientos en Polonia, Georgia y otras regiones contra el gobierno ruso.

 El 9 de enero de 1905 se da lo que se conoce como el Domingo Sangriento donde coinciden en San Petersburgo una huelga general y una manifestación pacífica dirigida por el pope (cura ortodoxo). Este clérigo había recibido autorización de la policía zarista para que predicara entre el proletariado de San Petersburgo y para que hiciera de contrarresto a la política revolucionaria de los partidos de izquierda. Se tomó al pie de la letra su misión y organizó una marcha de 200.000 personas ante el Palacio de Invierno. La marcha era pacífica y los manifestantes coreaban “Dios salve al Zar” como muestra de su adhesión al régimen y a su representante máximo, pero los soldados se interpusieron entre el pueblo y Nicolás II, quien había huido de la responsabilidad de los crimenes cometidos en el Domingo Sangriento (1905), momento en el que centenares de obreros fueron masacrados (Bolinaga, 2010). Como consecuencia, el zar se alejó más de su pueblo, aislandose y perdiendo el respeto religioso del cual gozaba (Zarista, s.f., p.17).

Para cerrar el periodo zarista, en el año 1913 se celebró en Rusia el tricentenario de la llegada al poder de la dinastía Romanov y el centenario de la derrota de Napoleón en Rusia; lo cual contrastaba con la penuria de la población. Ya para julio de 1918, Nicolás II, el último de los zares, su esposa Alejandra, sus cinco hijos y algunos sirvientes fueron fusilados por un pelotón bolchevique bajo las órdenes de Vladimir Lenin.

Comunismo y consolidación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)

La Revolución rusa y el triunfo de los bolcheviques inauguró la era de las revoluciones modernas (Modesto E. Guerrero, Lorena López G. y Nicolás A. Herrera, 2017) al demostrar que los marxistas podían conquistar el poder y establecer su ‘dictadura del proletariado’ socialista. De hecho, los bolcheviques sirvieron de inspiración a los revolucionarios de todo el mundo para emular su victoria.

Al frente de los bolcheviques se encontraba Lenin, quien se convirtió en el presidente del nuevo gobierno. De esta manera la Revolución rusa pretendió ser un chispazo de revoluciones, por eso se buscó implantar el modelo marxista en un país que no cumplía con los requisitos teóricos mínimos para ello (país principalmente agrario, población proletaria minoritaria, etc.), como lo señala Rosso (2017): “En todo caso, lo que Rusia más necesitaba era una revolución burguesa, pero eso no satisfacía los afanes de Lenin ni de los bolcheviques” (p.90).

El gobierno de Lenin es uno de los más importantes en la Revolución y un elemento relevante. Algo que permitió su permanencia en el gobierno fue la efectiva actuación de la Cheka, fundada en 1917, que fue una organización de inteligencia política y militar soviética (sin estatus oficial) con el fin de proteger y consolidar la revolución comunista que perseguía y asesinaba a cualquiera que fuera identificado como contrarrevolucionario (Rosso, 2017).

Mediante el uso del terror, Lenin consolidó el dominio del Partido Comunista en toda la Rusia zarista y pudo fundar oficialmente, el 30 de diciembre de 1922, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Esta era una federación para la revolución burguesa de distintas repúblicas gobernadas por soviets. Empero, en la práctica, la URSS surgió como un Estado centralista y totalitario de partido único donde las repúblicas no contaban con ninguna autonomía; adicionalmente, el marxismo-leninismo tuvo una gran influencia en la Unión Soviética.

Por otra parte, aparece Iósif Stalin quien se destacó más por ser un hombre de acción que de palabras, el estalinismo fue, entonces, mucho más una praxis que una teoría. Según Rosso (2017) Stalin se caracterizó por lo siguiente:

En su juventud, aumentó el poder del partido bolchevique, mediante expropiaciones que, de hecho, eran robos de millones de rublos a los bancos. Esto llamó la atención de Lenin, y así, en 1912, entró al Comité Central del Partido. Poco a poco fue ganando espacios de poder dentro del mismo, hasta que en 1922 fue nombrado por Lenin secretario general. (p. 93)

Después de un tiempo, la salud de Lenin empezó a empeorar hasta que murió en 1924. Stalin aprovechó la situación para ganar poder y sucederle, aunque los candidatos ‘naturales’ eran en todo caso Trotsky (líder del Ejército Rojo) y Kamenev (presidente del Soviet de Moscú). Una vez que Stalin logró consolidar su poder tanto en el partido como en el país, él comenzó a eliminar a sus rivales al tiempo que empezaba a poner en marcha lo que luego se denominaría planes quinquenales, “a través de los cuales se establecen para un periodo de cinco años las metas que debía alcanzar la economía” (Rosso, 2017, p.95).

Finalmente, la disolución de la Unión Soviética culminó en la independencia de las quince repúblicas entre el 11 de marzo de 1990 y el 25 de diciembre de 1991. El Tratado de Belavezha firmado el 8 de diciembre de 1991 por los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia dio forma a la separación y su firma fue comunicada por teléfono al presidente de la Unión Soviética Mijaíl Gorbachov. Estos acuerdos declararon la disolución oficial de la URSS y pusieron fin a la vigencia del Tratado de Creación de la URSS y el establecimiento de estados en las antiguas repúblicas de la Unión Soviética. La disolución del Estado socialista más grande del mundo también marcó el fin de la Guerra Fría. Sobre lo anterior, Milosevich-Juaristi (2016) afirma que la descomposición de la Unión Soviética (1991) desencadenó el colapso de los sistemas politico, económico, de seguridad y defensa del Estado, asimismo, presentó una oportunidad para construir un Estado-nación para así lograr una transición a la democracia de Rusia.

Federación Rusa, gobierno actual de Vladímir Putin

En el año 2000, Vladímir Putin asume su primer mandato presidencial en un contexto complejo a nivel interno. Como lo menciona Maele (2017), “Luego de casi diez años de “terapia de shock”, aplicada por el gobierno de Boris Yeltsin, Rusia se encontraba en una delicada situación económica y política a finales de los noventa, especialmente tras la crisis económica de 1998” (p.11). La liberalización y privatización masiva de la economía tuvo como resultado inestabilidad y corrupción, además de que fue surgiendo un sistema en el que el Estado fue prácticamente desintegrado y fue reemplazado en el rol del control de la economía por un pequeño grupo de empresarios cercanos a Yeltsin: los denominados “oligarcas”.

Ahora bien, el primer documento del concepto de Seguridad Nacional de la Federación Rusa fue de elaboración tardía (en 1997) dado que el período entre 1992 y 1997 fue muy inestable económica y políticamente. En efecto, Milosevich-Juaristi (2016) afirma:

La mayor amenaza para Rusia residía en la posibilidad de su desintegración interna. La política exterior estaba marcada por la voluntad del gobierno de Boris Yeltsin (con dos mandatos presidenciales: 1991-96 y 1996-99) de cooperar con el Occidente y la OTAN, y de garantizar la estabilidad del espacio post soviético en el marco de la Comunidad de Estados Independientes. (p. 6)

En este orden de ideas, los objetivos principales de la seguridad nacional y las estrategias de Rusia están definidos en los siguientes documentos: el concepto de Seguridad Nacional, que elabora el Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, cuya función es proteger el interés nacional contra las amenazas y peligros interiores y exteriores; el concepto de la Política Exterior, el cual va enfocado a mantener buenas relaciones con los actores internacionales (Estados y las organizaciones internacionales); y, por último, “la Doctrina Militar, definida por el Ministerio de Defensa define opiniones y medidas que se pueden tomar para garantizar la seguridad nacional y proteger los intereses nacionales” (Milosevich-Juaristi, 2016, p.6).

De esta manera, Vladímir Putin, consciente de la frágil situación de la Rusia postsoviética/post Yeltsin —quien por poco no logra superar la crisis de 1998—, llega al poder en el año 2000. Putin tiene un objetivo claro que se materializa en el “mito del retorno”, el cual está basado en que Rusia retome su lugar en el continente y se transforme en un Estado moderno y fuerte.

Desde el primer día, el nuevo líder ruso adoptó una perspectiva internacional que pretendía llevar a Rusia desde la periferia del sistema internacional hasta el centro del mismo. Para lograr dicho objetivo, Vladímir Putin implementó una estrategia caracterizada por apuntar a diversos frentes a la vez de alcanzar objetivos estratégicos, entre los cuales se encontraban: “Restaurar el poder de Rusia en la ex esfera soviética, establecer y estabilizar un sistema internacional multipolar promoviendo la cooperación con China e India; mantener relaciones amistosas con Occidente; y finalmente asociarse con la Unión Europea” (Maele, 2017, p.12).

Además, Putin plasma la idea de reinserción en el sistema internacional en el primer gran documento de política exterior de la “era Putin”: el “Concepto de Política Exterior” del año 2000, cuyos principales objetivos se asociaban con mantener la seguridad y la soberanía del país, e influir en los procesos globales para establecer un orden mundial “estable, justo y democrático” bajo las normas del derecho internacional (Telman, 2010, como se citó en Maele, 2017).

Como afirma Sakwa (2008), en esos años Rusia no planea establecerse como una alternativa a Occidente, pero sí busca autonomía e independencia en su actuar internacional. Por otro lado, y como parte de su estrategia de política exterior, Vladímir Putin intentó generar un efecto Soft balancing

(…) en contra de Estados Unidos y la Unión Europea, a partir del fortalecimiento de instituciones regionales y multilaterales como los BRICS, la Organización de Cooperación de Shanghai y la Unión Euroasiática, permitiéndole contrapesar su influencia por una vía “suave” e indirecta. (Maele, 2017, p.24)

Para resumir, la seguridad nacional de Rusia se constituye como un sistema de lazos y relaciones entre el individuo, el grupo social, la sociedad, el Estado y la nación, donde varios factores juegan un papel decisivo para asegurar el funcionamiento efectivo del sistema de seguridad nacional:

Por un lado, una conciencia del potencial material y espiritual de Rusia, y de sus valores nacionales, intereses nacionales y metas nacionales; por el otro, la obtención de los mismos mediante actos normativos-legales, la organización política y socioeconómica de la sociedad, el desarrollo público y cultural y la política práctica. (Manilov, s.f., p.8)

 Los factores que determinan el contenido, el carácter, la configuración y la dirección del sistema de seguridad nacional son los valores nacionales, los intereses nacionales y los objetivos nacionales, que son la tríada de las fuerzas impulsoras primarias y básicas del sistema de seguridad nacional.

Finalmente, Vladimir Putin se ha transformado en una figura política internacional de gran relevancia, no solo por sus características personales y su particular estilo de liderazgo, también por haber vuelto a posicionar a Rusia en primera plana del sistema internacional. Como señala Diego Van de Maele (2017), Putin logra mezclar dos factores fundamentales para la Rusia actual que lo han logrado mantener hasta el día de hoy: el primero de ellos es entender que los valores y la identidad del antiguo régimen Zarista son importantes para la actual Federación Rusa, la cual defiende la unidad política como valor tanto en su régimen como en la Rusia zarista. Asimismo, el autor argumenta que la religión y la educación son un factor transformador de las condiciones de una sociedad y, además, mantiene su unión con la Iglesia Ortodoxa como valor fundamental para la Federación (Maele, 2017, p.29). Adicionalmente, Vladimir Putin, no oculta su admiración por Pedro el Grande (Pedro I, quien ascendió al trono a fines del siglo XVII), uno de los zares más poderosos y famosos de la dinastía Romanov, y, también, Putin va direccionado por la línea de una perspectiva global que estuvo planteada en el comunismo de Lenin y Stalin, estos dos factores han sido fundamentales en su gobierno.

En los últimos años, el mundo académico ha vuelto a concentrarse en Moscú con una intensidad que no se observaba desde la Guerra Fría, luego del traumático proceso de desmembramiento geográfico y político de la Unión Soviética. Esto no quiere decir que el gobierno de Yeltsin (1991-1999) no recibió atención, solo que fue distinta al concentrarse los análisis en el proceso de decadencia de la súper potencia. Hoy Rusia se estudia por su “retorno”, es decir, su nuevo rol activo a nivel internacional.

Moscú hacia un nuevo escenario: Medio Oriente

La política rusa en Oriente Medio se ha contemplado a través de un proceso centrado de los actores y la combinación de varios factores e intereses que le permiten entenderse en su totalidad con la región. Esta política ha sido determinada por tres grandes condicionantes. El primero de ellos es la necesidad de reaccionar rápidamente a procesos transnacionales dinámicos debido a que su capacidad le permite ser más flexible y dinámico ante los asuntos de Medio Oriente, aunque de forma tardía, Rusia posee la capacidad de adaptabilidad y de producir respuestas adecuadas para los desafíos que se generan en materia de política exterior. El segundo factor es el que tiene que ver con los intereses de política exterior como nación, Estado y sociedad. Por esta razón, Rusia manifestó su búsqueda por aprovechar al máximo la integración con el mundo y la economía global, con lo cual fue modernizando el país y fue mejorando todos los ámbitos de imagen internacional; además, fomentó la inversión, la actividad empresarial y el desarrollo, todo esto con un solo objetivo: aumentar la influencia de Rusia no solamente en Eurasia sino en regiones vecinas. El tercer condicionante se refiere a la “existencia de impulsos casi instintivos que son dictados por la visión del mundo que se asume. Los antecedentes profesionales en los servicios de seguridad soviéticos, los intereses corporativos y los patrones de conducta” (Stepanova, 2012, p.173). No obstante, estos tres factores condicionantes contribuyen a la construcción de la política exterior rusa y están vinculados a la ola de cambios sociopolíticos de Medio Oriente.

Es preciso tener en cuenta el contexto histórico sobre las relaciones entre Rusia y Oriente Medio desde la década de los noventa y la siguiente. Por una parte, durante esta época, se presentó un declive por parte de la potencia y su papel fue limitado ante la intervención de Estados Unidos en Irak en 2003. Por otra, en relación con Irán, Rusia cuenta con un carácter estratégico para extender y consolidar su política exterior en Oriente Medio, en el que destaca su interes hacia la normalizacón respecto al programa nuclear. Por otra parte, el conflicto armado en Israel y la presencia de Estados Unidos en la región son vistas como un contrapeso de la influencia rusa, a pesar de ello, Rusia mantuvo las relaciones diplomáticas con la mayoria de paises de Medio Oriente, y a su vez  desarrolló intereses en el ámbito empresarial y financiero, así como de seguridad y lucha contra el terrorismo, interviniendo en el dialogo entre la religión y  la cultura.

De igual manera, la cooperación en armamento, petróleo y gas con Siria y Libia resultó de gran importancia para Rusia, así como con Israel, lo que llevó a restablecer sus intereses en todos los ámbitos de política exterior. Mientras Rusia generaba mayores relaciones también ganaba una gran influencia con países como Siria, Turquía e Irán, puesto que le brindaron considerables posibilidades de conectividad con el resto del mundo. Rusia ha ganado influencia en el Mediterráneo y se ha posicionado como el primer socio comercial de Turquía debido a que la base naval de Tartús se está convirtiendo en el pivote sobre el que se asentará toda la expansión marítima rusa, pues esta es una base logística y de mantenimiento de los buques rusos que operan en el Mediterráneo. Desde la base de Tartus se puede llegar rápidamente al mar Rojo a través del Canal de Suez o al océano Atlántico por medio del estrecho de Gibraltar, y pese a la escasez de las instalaciones, esta base cuenta con una verdadera importancia para los intereses rusos que le permiten afianzar su influencia mundial.

Sin embargo, una marcha que se ha visto inconclusa es el anhelo de Rusia hacia aguas cálidas hasta llegar al océano Índico. Desde la época de Iván IV, el Terrible, se han llevado a cabo diversas acciones en el mar Caspio, lo que representó la amenaza de expansión para Afganistán y la India. Posterior a la Segunda Guerra Mundial, Stalin aseguró los pozos petrolíferos del golfo Pérsico y la ruta de aprovisionamiento terrestre que conduce desde el golfo hacia Rusia. Se debe tener en cuenta, entonces, que la gran mayoría de los puertos rusos solo pueden ser operados durante el verano ya que en invierno sus aguas se encuentran congeladas, y, además, que el Cáucaso representa la posibilidad de acceso al mar Mediterráneo, previo paso por el mar Negro y el estrecho de Bósforo.

Por otra parte, Rusia aspira, como Georgia, a pertenecer a la OTAN. Sin embargo, la relación de este organismo con Moscú es mucho más complicada que la de Tiflis, y lo es por Crimea en donde tiene su base la flota rusa del mar del Norte:

Esta península de aguas cálidas y puertos protegidos, unida a Ucrania por un estrecho istmo, ha sido desde los tiempos zaristas la base desde donde la flota rusa salía al Mediterráneo y el observatorio para controlar las posibles amenazas que podían llegar por el Bósforo. (Pérez, 2008, p.50)

En general y como resultado de su influencia, Rusia ha conseguido alcanzar una posición de balance en Medio Oriente, esto gracias a que los intereses rusos no se han visto permeados por antecedentes históricos, pues sabido manejar tanto el perfil en la región como la influencia en las Naciones Unidas, al menos hasta la crisis de Siria en 2012: “El patrón de conducta en la política rusa hacia Oriente Medio de una “implicación limitada”, relativamente equilibrada y de no confrontación, no se abandonó inmediatamente cuando las “revoluciones árabes” comenzaron una tras otra a partir de 2011” (Stepanova, 2012, p.17).

Está claro que la percepción por parte del Kremlin generó disputas con Washington, ya que cada uno propendía por sus intereses. Además, la participación por parte de Estados Unidos en las revoluciones de colores en el espacio postsoviético (Ucrania, Georgia y Kirguistán) produjo más motivos para tener participación en territorios que eran parte de los estadounidenses. Al mismo tiempo, el acercamiento a otros países como Egipto, Turquía, Libia y Siria durante la Primavera Árabe catalizó la nueva aproximación de Rusia al islam político en Oriente Medio y a las perspectivas de tender la mano y cooperar con las fuerzas islamistas moderadas.

Siria

A principios de 2012, las protestas[3] que ya duraban un año llegaron a la última fase de la transformación política más amplia que ha afectado gran parte de la región en la cual crecía el descontento internacional: ‘‘Rusia eligió apoyar firmemente a Damasco en todos los niveles incluida Naciones Unidas’’ (Stepanova, 2012, p.189). No obstante, para diversos académicos, así como para el régimen sirio, resultaba esperado y era algo para lo que Siria se había preparado durante décadas, aun así, lo que Siria nunca tuvo presente fueron las revueltas en toda la región, de modo que se generó un mayor desafío político, socioeconómico, militar e internacional. El papel del factor confesional en la violencia y la política interna de Siria aumentó más debido a las represiones, el clientelismo y la prestación de servicios básicos.

En efecto, muchas posiciones dominan en el discurso político de Moscú sobre Siria, por una lado, las “percepciones cuasi-soviéticas sobre los intereses geoestratégicos “indispensables” de Rusia en Siria: desde la venta de armas y la base naval, hasta los intereses económicos, los vínculos geopolíticos de Siria con Irán” (Stepanova, 2012, p.190). Por otro lado, se encuentra una época convulsa en la política interna rusa de 2011 a 2012 la cual provocó aversión de las autoridades a cualquier tipo de protesta popular. Por último, el tradicional mantra ruso de la soberanía se ha reactivado debido a las intervenciones lideradas por Occidente en los diferentes países de la región apoyado por diferentes países del golfo, esto se convirtió en una mala imagen para Rusia, sin embargo, se encontró dispuesto a aceptarla tanto en la zona como en las Naciones Unidas.

Es evidente que, pese a los vínculos militares, económicos, culturales y de otro tipo, Siria genera más importancia especialmente por la compra de armamento ruso, además, la instalación naval de Rusia en Tartús tiene un significado importante debido a que es un apoyo y reabastecimiento de su flota en el Mediterráneo. Asimismo, los rusos establecieron rutas de vigilancia a los cuatro destructores estadounidenses ubicados en la base de Rota (Cádiz) las cuales patrullan y se adentran en el mar Negro hasta la península de Crimea (Colom, 2016).

Es incuestionable que la crisis en Siria ha generado una situación que requiere de ayuda humanitaria y protección de los derechos humanos debido a las graves violaciones por parte del gobierno de Bashar Al Assad con participación rusa. Es por esto que ambos países experimentan, por parte de Estados Unidos y los principales gobiernos de la Unión Europea, una presión intensa sobre esos temas. De esta manera, la intervención directa del gobierno de Vladímir Putin le proporciona motivos a Washington para ganar superioridad moral desde la cual debe tomar decisiones sobre el futuro de Siria. Según Stepanova (2012):

Todo ello apunta a otro componente más de interés racional en la política de Rusia sobre Siria, que tiene poco que ver con intereses estratégicos directos en este país: si la diplomacia rusa sirve de conveniente tapadera para las reticencias occidentales a intervenir militarmente, entonces su papel mediador se convierte para Moscú en otro instrumento para obtener ventajas en las relaciones con EE. UU. (p.192)

De esta manera, la afinidad en cuanto a la tipología del régimen político entre Rusia y la Siria de Assad es sorprendente y, en ocasiones, llega a parecerse el dominio político y económico de una casta reducida, de características claramente definidas cuyo núcleo comparte un mismo origen y religión. Del mismo modo, se hace evidente la influencia preponderante del sector de la seguridad y el papel con que cuentan los servicios especiales.[4]

Conclusiones

Para finalizar, la aspiración de Rusia de ascender a un estatus de gran potencia global es un reflejo claro de los diversos sentimientos e identidades que permanecen al interior de esta nación. Además, Rusia ha procurado buscar la participación en los debates de política internacional y especialmente en los esfuerzos diplomáticos para gestionar crisis internacionales como la de Siria, incluyendo los conflictos armados regionales altamente desestabilizadores. Su clave para garantizar la estabilidad y la eficacia de su sistema de seguridad nacional ha consistido en utilizar medios político-diplomáticos, económicos, informativos y otros medios no militares para amortiguar las confrontaciones y los intereses consagrados en la concepción de la seguridad nacional de Rusia, la cual enfatiza en los lazos de igualdad, ventaja mutua, respeto y cooperación.

Por otro lado, la reflexión sobre la historia de Rusia permite evidenciar cómo las estrategias imperiales pueden tener efecto desde el contexto ruso, pero, al mismo tiempo, dejan claro que mantenerse en aquella posición de expansión y poderío requiere de una fórmula que el país euroasiático aún no ha hallado, y ello se refleja en las fluctuaciones de sus proyectos a nivel nacional e internacional.

En la actualidad, el gobierno de Vladímir Putin se ha convertido en pieza clave y el principal motor del proceso de reimperialización. Precisamente se resalta la figura de Putin pues, como se mencionó anteriormente, el gobernante ha conseguido que se mezclen dos factores fundamentales: el conjunto de valores y la identidad con el antiguo régimen Zarista en el que destaca su importancia para la actual Federación Rusa, y defiende la unidad política como valor tanto en su régimen como en el de los zares. Así mismo logró mantenerse por la línea de una perspectiva global como parte del planteamiento comunista de Lenin y Stalin.

Además, Putin no ha dejado de recordar a Occidente la capacidad de sus reservas, así como también la capacidad y la posibilidad que tiene Rusia tanto económica como militarmente para poder ir más allá, de tal manera que demuestra su importancia y la voz autónoma ante el mundo y ante su propia sociedad.

En ese sentido, Medio Oriente representa para Rusia un área de gran relevancia para las relaciones mundiales. Su manera de negociar y de diversificarse por medio de las otras culturas y acceder a las mismas, le genera confianza no solamente a Moscú, también a la región porque genera productividad y mayores capacidades. Sin embargo, ello ha generado tensiones con las potencias de Occidente en medio de una competencia geoestratégica.

Por último, Rusia ha demostrado una creciente transformación que le permite generar bloques no solamente económicos sino políticos, es decir, tener aliados para protegerse ante cualquier amenaza. También le ha permitido contar con escenarios geoestratégicos que privilegien su posición en el sistema internacional para tener acceso a nivel mundial a través de mercados y defensa, como se evidencia con la base en Tartús.

Referencias

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 La Rusia zarista (1853-1917): reinados de Alejandro II, Alejandro III y Nicolás II. Rusia. (s.f.).  Recuperado de http://perseo.sabuco.com/historia/Rusia%20imperial.pdf

 

* Articulo de reflexión

** Universidad Militar Nueva Granada, estudiante de Relaciones Internacionales y Estudios Políticos. Correo de contaco: paulapulgarin2@gmail.com

*** Universidad Militar Nueva Granada, estudiante de Relaciones Internacionales y Estudios Políticos. Correo de contaco:  liceth.pedrazanovoa@gmail.com

[1] Los años que comprenden 1853-1917 resultan de gran relevancia porque el poder autocrático y absoluto de los zares se reviste de alta importancia económica, política y social, ya que durante este periodo inicia su proceso de industrialización, aunque con un gran nivel de atraso. Asimismo lleva a cabo una expansión territorial que abarca gran parte de Asia. De igual forma, muchos pueblos empiezan a tener aspiraciones de independencia, entre ellos los pueblos finlandeses, polacos, lituanos, estonios y pueblos caucásicos. Por último, el periodo de Nicolás II dividió la historia de Rusia en dos y dio paso a la conformación de un nuevo régimen que evidenció los malestares sociales de la población (La Rusia zarista (1853-1917): reinados de Alejandro II, Alejandro III y Nicolás II. Rusia, s.f.).

[2] Con la Revolución Bolchevique de 1917, y la creación de la Unión Soviética en 1921, se funda la República Autónoma Socialista Soviética de Crimea que perdura hasta la Segunda Guerra Mundial cuando, debido a la colaboración de los tártaros con los nazis, José Stalin deroga la autonomia a Crimea y deporta a los tártaros a Asia Central (Conflicto entre Rusia y Ucrania por Crimea, s.f.).

[3] La primavera árabe fue un hecho desencadenado en el año 2010 en donde estalló una revuelta popular en Túnez, extendiendose por el resto de países de la región, como lo fueron el Líbano, Kuwait, Sudán, Egipto, Siria, Jordania, Irak, Irán, Marruecos y Palestina debido al descontento de las clases trabajadoras rurales sunitas, contra la burguesia urbana, principalmente chiita (Ghotme y Ripol, 2014).

[4] El gobierno de Vladimir Putin en su decisión de reubicar a la Federación Rusa ha tendido a la personalización de las agencias de inteligencia, y ha marcado diversas líneas de actuación conforme a la nueva visión de las amenazas y riesgos a la seguridad, en el que estos servicios de inteligencia tienden a una reestructuración en la que se hace indisoluble la relación entre los servicios y el Estado (Gragera, 2010, p.121-148).

Asimismo, cabe destacar, cómo la cooperación entre los servicios de Inteligencia de Irak, Irán, pero especialmente entre Rusia y Siria ha permitido erradicar a miles de miembros del Estado Islámico. Tanto en Siria como en Irak se lucha contra sus células aisladas. Siria ha logrado, con el apoyo de Rusia y de los asesores militares iraníes, limpiar todo su territorio de terroristas, excepto algunas zonas desérticas.